Si hay algo que caracteriza a la comarca de La Alcarria es su alto valor histórico y patrimonial: plagada de castillos, monasterios, palacios, casonas, monumentos... y yacimientos arqueológicos. Hace pocos días, aprovechando los colores rojizos, castaños y ocres que inundan los paisajes de esta comarca, y la extraña luz de los días cada vez más cortos de esta estación, recorrí algunas de las ruinas más fascinantes, románticas y escénicas de La Alcarria. La experiencia fue plena e inspiradora, y no me quedó más remedio que compartirla: para todos los que encuentran noviembre el mes más bello del año, y para los que aún están por descubrirlo.
Yacimiento de La Cava en Garcinarro (Cuenca)
Comenzamos por el yacimiento más antiguo y enigmático de la ruta, La Cava, en el término municipal de Garcinarro, un encantador pueblecito conquense. Desde el mismo pueblo está señalizado el camino a tomar, por lo que no tiene pérdida. Si has llegado hasta Garcinarro por la mañana temprano, lo ideal es tomar un pequeño almuerzo antes de subir al otero en el que se encuentra el yacimiento; una simple tosta con aceite de oliva de la tierra con denominación de origen, será más que suficiente y delicioso. La Cava es uno de los lugares más fascinantes de la arqueología íbera: ubicado en lo alto de uno de los cerros del Valle de Altomira, cuando estás arriba es evidente que se trata de un punto estratégico de control de todo el valle: las vistas son espectaculares y sobrecogedoras; pero su autenticidad reside en su arquitectura, ya que se trata de un conjunto de estancias de aspecto monumental excavadas en la roca caliza, sobre las que se han vertido no pocas interpretaciones (algunas rozando la fantasía). En cualquier caso, las investigaciones arqueológicas han arrojado algo de luz sobre las incógnitas de este yacimiento: en lo alto del cerro ya hubo una ocupación humana durante la Edad del Bronce, y fue a lo largo del I milenio a.C. cuando se excavaron los misteriosos edificios en piedra como una fortaleza desde la que controlaban el territorio. Aunque es muy posible que esta no fuese su única función, ya que en la meseta del cerro se hallan otras estancias, todas ellas reocupadas también tanto en tiempos de la conquista romana como por los visigodos e incluso los pastores de las épocas medieval y moderna. La Cava es el punto perfecto para comenzar, ya que sentirás que te invade una inmensa energía para el resto del viaje.
Minas romanas de la Cueva de Sanabrio, Saceda del Río (Cuenca)
A escasos 20 minutos en coche desde La Cava de Garcinarro se encuentra una de las minas romanas de lapis specularis que caracterizan a este rincón de España, y que eran reconocidas en todo el imperio por ser las de mayor calidad. Hay varias minas de extracción de este luminoso yeso en varios puntos de la provincia de Cuenca, pero en concreto las de la Cueva de Sanabrio son de singular belleza y están en ruta. Visitarlas es muy sencillo y están abiertas a todos los públicos, aunque es necesario contratar una de las varias visitas guiadas que se realizan los fines de semana, tanto por la mañana como por la tarde. La experiencia es fascinante tanto para niños como para adultos, dura aproximadamente media hora, y en esta época agradecerás el clima templado que hay en el interior de la cueva. Las marcas de los mineros y una recreación de cómo se iluminaba el interior o de cómo se extraía el yeso, consiguen que el visitante empatice con el duro trabajo de los mineros; y las amenas explicaciones de las visitas guiadas hacen que comprenda la importancia que tuvo el comercio de este mineral en Hispania durante el imperio romano, utilizado sobre todo como cerramiento en ventanas y vanos. Una de las visitas más entretenidas de esta ruta, y que sin duda te dejará con ganas de saber más de aquellos locos romanos.
Ciudad romana de Ercávica, Cañaveruelas (Cuenca)
Tras dejar las minas de lapis specularis de Saceda del Río, una pequeña carretera local nos lleva hacia el norte atravesando la Alcarria conquense, hasta llegar a Cañaveruelas, a los pies del embalse de Buendía en unos 40 minutos. Este fue el trayecto más bello e inspirador de la ruta, en el que más intensamente se palpaba la autenticidad de esta tierra, algo olvidada y abandonada. El paisaje de cerros solitarios, páramos, laderas, las parcelas recortadas, la escasa pero robusta vegetación y los colores intensos acompañan el camino, e invitan a recorrerlo despacio con los ojos bien abiertos. Al llegar a Cañaveruelas, es muy fácil acceder al camino rural por el cual se llega a Ercávica ya que está bien señalizado. Una vez más hay que subir a uno de los cerros del entorno; al llegar a la entrada al yacimiento, recibe al visitante una casita que funciona como centro de interpretación, donde puedes informarte de la importancia de Ercávica antes de recorrer sus ruinas, y calentarte junto a la acogedora chimenea de la que te costará separarte. La ciudad de Ercávica fue centro importante sobre todo durante la época altoimperial, fundada por los romanos sobre el cerro posiblemente por su ubicación estratégica de control sobre el territorio, y a medio camino entre otras ciudades romanas muy importantes como Segóbriga (Cuenca) y Complutum (Madrid), salvando el valle del río Tajo. El tamaño de la ciudad, el exquisito trazado urbano, la presencia de numerosos edificios públicos con un destacable foro, y la riqueza de algunas domus indican la importancia que mantuvo hasta los siglos III-IV d.C. Con vistas espectaculares a los valles que lo circundan, hoy inundados por el pantano de Buendía, asomarnos a Ercávica es tener la oportunidad de asombrarnos una vez más con el mundo romano en Hispania, y descubrir que no estamos tan lejos de ellos.
Monasterio de Monsalud, Córcoles (Guadalajara)
A unos 20 minutos de la ciudad romana de Ercávica se encuentran las ruinas del Monasterio de Monsalud, una de las joyas del románico cisterciense de la Península Ibérica que hoy conserva muchos de sus elementos originales y que invita al viajero y visitante a observar su esqueleto con recogimiento y emoción. Fue creado en el siglo XII como centro económico de la región, en tiempos de la repoblación cristiana y confiando a los monjes blancos del Císter la tarea de organizar y crear las condiciones para la implantación de pequeñas poblaciones cristianas en las tierras de alrededor. Lo ideal es reservar un pase guiado en horario de sobremesa, después de haber degustado uno de los contundentes platos de la gastronomía regional de camino al monasterio: verás más de una casa de comidas en las que degustar productos locales sin artificios; yo opté por morteruelo (hígado de cerdo deliciosamente especiado preparado en mortero) acompañado de la cerveza artesana local Arriaca, que lleva unos años implantándose por toda España con su filosofía de microcervecerías. Una vez en el monasterio y con el sabor de la autenticidad aún en el paladar, sorprenden la desnudez de la piedra, los juegos de luces y sombras sobre los recovecos ruinosos, y el dramático contraste de las rotundas formas del monasterio contra el horizonte. Su importancia reside también en su historia y fundación: su primer abad, Fortún Donato, había sido discípulo del creador de la orden, San Bernardo de Claraval; la presencia del monasterio de Monsalud tuvo como consecuencia una revitalización cultural y económica de la región, el crecimiento de los cultivos, producción y exportación de productos locales; además, atraía numerosas gentes tanto por las populares peregrinaciones a la Virgen de Monsalud, como por la bonanza de los cercanos cotos de caza. Ya en el siglo XIX, en época de desamortizaciones se suprimió y expulsó a la Orden del Monasterio y cesó su actividad monástica, aunque su influencia a lo largo de los siglos ha quedado reflejada en los otros monasterios románicos tanto de Cuenca como de Guadalajara.
Ciudad visigoda de Recópolis, Zorita de los Canes (Guadalajara)
El último trayecto de unos 40 minutos nos lleva hasta Zorita de los Canes, pasando por Sacedón y cruzando por el lado sur del embalse de Entrepeñas, que junto con su vecino conquense el embalse de Buendía, forman lo que se ha llamado el Mar de Castilla. La carretera nos lleva ahora en dirección sur a través de la Alcarria Baja en la provincia de Guadalajara, por unos parajes que transicionan desde los cortados y laderas cubiertas de vegetación y matorral con vistas a las turquesas aguas del Tajo embalsadas, hacia al altiplano más austero de tonos ocres. En Zorita de los Canes hay mucho para ver, incluyendo un increíble castillo-fortaleza medieval que merece su propia entrada de blog, aunque como colofón a esta ruta y para disfrutar al máximo de la luz del atardecer otoñal, lo ideal es visitar la ciudad visigoda de Recópolis. Este yacimiento es único y muy especial, ya que es una de las tres únicas ciudades visigodas levantadas de nueva planta en la Hispania antigua, junto con Victoriacum (Vitoria) y Oligicum (Olite). Mandada construir en el siglo VI por el rey Leovigildo en honor a su hijo Recaredo (de donde proviene su nombre) fue una ciudad importantísima durante los siglos VI al IX, centro vital de comercio en la meseta oriental solo comparable a la capital del reino visigodo en Toledo. Una muestra de su relevancia se puede observar en el impresionante conjunto palatino o directamente en las crónicas de la época en las que se refleja su poder. Durante el período musulmán el núcleo de población se trasladó al interior del recinto amurallado del castillo-fortaleza, y la ciudad de Recópolis quedó abandonada en el valle junto al río Tajo, hoy recuperada para recordarnos lo que fue.
El paso de los mal llamados bárbaros por la Península Ibérica fue breve en comparación con otros periodos, pero su legado fundamental para España conllevaba un primigenio concepto de nación, un código de leyes y derechos del que todavía bebemos y aprendemos, y una cultura de delicada espiritualidad que aún hoy podemos contemplar en el aparente primitivismo y sencillez de las ermitas visigodas. Con esta sensación de cercanía, recogimiento y comprensión con un pueblo y un tiempo que parecen tan lejanos pero son tan nuestros, se ocultan los últimos rayos por el horizonte invitando a volver al alojamiento a descansar, tomar algo caliente frente a un fuego encendido, y lentamente ir procesando todo lo visto, vivido y aprendido.